Capítulo 12

martes, 12 de noviembre de 2013

Ana
Nicolás venía todos los días al burdel, aunque claro está, a visitar a Ariana. A veces me quedo mirándolo y preguntándome cómo es que no se da cuenta, otras me gustaría decirle que ella no lo ve, ni lo verá de ningún modo, como a un hombre.
Siento pena por aquel hombre que desgasta suspiros en mi amiga, sobre todo después de aquella charla...
Ariana volvía radiante del almacén, algo bastante extraño, pues una no va al almacén para ponerse feliz... Estaba segura del móvil de su felicidad, pero quería escucharlo de su propia boca, por eso cuando entró al burdel, toda colorada, la metí –hablando figuradamente– en un callejón sin salida:
Vaya, ni tomando un poco de agua te harás mas transparente –a medida que hablaba le cortaba el paso, no quería que se escape por la tangente. En su cara se ve reflejada la perplejidad, no sabe qué responderme. Decido apiadarme de mi amiga, por eso, luego de su silencio agrego:
¿Qué tal está Eloísa? ¿Así se llama?
Ariana asiente en silencio.
Ahora entiendo por qué Nicolás es tu ex prometido –continúo como quien no quiere la cosa.
Mi amiga sigue callada, no se atreve a decir nada.
Mira –continúo en tono práctico– la verdad es que sé de qué está hecho el guiso. Hasta hace un momento quería que me lo contarás, sólo para asegurarte de que no te voy a juzgar. Vaya que eres rara, y no hay forma de que lo comprenda, pero ¿quién soy yo para juzgarte? De todas formas nos iremos todas al infierno. No debes preocuparte por mi.
Gracias –responde Ariana con un dejo de voz.
¿La amas? –pregunto. ¿Una mujer puede amar a otra?
Asiente.
¿Qué harás con Nicolás? –pregunto, primero porque el hombre de verdad parece ilusionado con ella. Y segundo, porque lo veo un buen partido para mi hermana. Además quiero que Ariana, de alguna manera, me diga que no es una idea descabellada.
No lo sé, no quiero romperle el corazón. Ya han habido demasiados corazones rotos por esto que nos pasa, no podré aguantar uno más.
Pues... –digo con fingida inocencia– si tu quieres puedo convencer a mi hermana para que le preste especial atención, a ver si hasta se enamoran.
La sonrisa vuelve al rostro de Ariana apenas escucha mi sugerencia y no puedo evitar imitarla.
Es un hecho –dice.


Eloísa
Por fin –una voz familiar habló a mis espaldas. Cerré los ojos debido al placer que sentí cuando escuché su voz.
Por fin, repetí para mis adentros.
Las manos me empezaron a sudar de los nervios, casi tiro al piso todo lo que me daba el almacenero, pero no importaba, solo quería verla a ella.
Apenas pagué giré sobre mis talones para encontrarme con su sonrisa radiante.
Tuve que recordarme que estábamos en la calle y a plena luz del día, aunque no fue nada fácil. Mis poros me pedían a gritos sentir el roce de su piel. Verla y no poder abrazarla representaba para mí una agonía.
En mi mente vagaron aquellos recuerdos donde lo nuestro no era ni siquiera concebible, aquellos momentos donde entre nosotras había una abismo, donde ninguna de las dos nos animábamos a decirnos lo que sentíamos por miedo, por vergüenza, y por un sinfín de razones más.
La palabra era por fin. Por fin la tenía en frente de mí, por fin la abrazaría... Quizás no ahora, en este preciso instante, pero algún momento, no muy lejano, lo haría. Aunque en este momento sí que poníamos fin a nuestros abrazos imaginarios, a nuestros besos soñados. Por fin la tenía en frente de mí, no era un espejismo. Era ella, mi Ariana de carne y hueso. Y se alegraba de verme, y yo no podía hacer otra cosa más que sonreír y sumergirme en la dicha que sentía.
Hola –sólo eso salió de mi boca, mientras por dentro deseaba que todo lo que comunicaba con mis ojos sea entregado correctamente a su única destinataria.
Eloísa ¿verdad? –respondió Ariana fingiendo no conocerme. La entendí perfectamente.
Si –le tendí la mano y sentí un choque eléctrico, pero además, me sentí en casa. –¿Tú eres una de las chicas de la Señorita Lacroix?
Si, ¿Tú harás nuestros nuevos vestidos verdad? –contestó sin soltarme la mano.
Exacto, de hecho acabo de comprar la tela –le muestro lo que acabo de adquirir haciéndole un guiño con el ojo –quisiera empezar cuánto antes.
¿Me harás las medidas esta tarde? La verdad es que casi no tengo ningún vestido, y lo necesito con urgencia.
Claro, esta misma tarde pasaré por el...
El bar –termina la frase mientras en su rostro se dibuja una inmensa sonrisa. Sus mejillas se tiñen lentamente de un color rosado exquisito, causa de la emoción.
* * *
Vuelvo corriendo al hotel, el corazón me palpitaba violentamente a causa de la emoción y hasta temía que en algún momento salga, literalmente, disparado.
Arreglé las telas y recé para que Ariana tenga algún conocimiento de costura. Estaba muy lejos de saber utilizar moldes, o hacerlos.
Sin embargo, bosquejé algo a las apuradas, más pensando en el inevitable encuentro íntimo que tanto estaba esperando.
Recibí a Joaquín que venía a despedirse pues su batallón marchaba hacia el ejército. Su visita me dejó una sensación agridulce, ambos sabíamos que me había perdonado, y ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver.
Le deseé la mejor de las suertes, y nos despedimos con un abrazo mucho más amistoso que el anterior.


Cerca de las 5 de la tarde, luego de tomar el mate, salí a las apuradas hacia el burdel. Cuando estaba a una cuadra tuve que volver pues me estaba olvidando los bosquejos, y con ellos la excusa para aparecerme por allí.
El tiempo era horrible, el viento levantaba la tierra de las calles y la intensa lluvia dejaba charcos de barro por doquier, pero no fue suficiente para mi deseo de ver a Ariana.
Por fin me detuve frente al burdel y recordé cuando hace apenas una noche la vi a través de la ventana. Llovía también, aunque no con tanta intensidad. La amaba también, aunque no con tanta intensidad.
Con los nudillos, congelados por el frío, toqué la puerta y pude escuchar como varias sillas se corrían, unos segundos después una niña, india de pura cepa, abrió la puerta y me invitó a pasar.
¡Ah! –dijo la señorita Lacroix mientras se acercaba a mí– recomendaré tu predisposición, aunque no puedo asegurarte que eso te ayude, nadie escucha a una madama. De todas formas estoy sorprendida, cuánta rapidez.
Sólo agaché la cabeza, en agradecimiento. Me tomó del brazo mientras continuaba hablando:
Empezarás con Ariana, que es la que más necesita de tu ayuda, la pobre apenas tiene 2 vestidos, y ninguno puede utilizar para trabajar. Las dejaré solas para que le tomes las medidas, he dispuesto para tí mi oficina, espero que sea de tu agrado.
Claro, gracias. –dije con la voz tomada, mientras entraba a una habitación cálida, a causa de la chimenea. Quise hacer un recorrido por la habitación, pero mis ojos se detuvieron en la mirada nerviosa que Ariana me dedicaba desde el otro lado del escritorio.


Ariana
La tarde pasaba lentamente mientras me preparaba para verla. Apenas contenía la ansiedad, cuando se hicieron las cuatro y media bajé las escaleras a las apuradas para ultimar detalles con la señorita Lacroix, mi idea era que apenas entre Eloísa por la puerta nos escapemos las dos hacia el despacho, y por fin nos saludemos como es debido.
Tú quédate aquí –le ordené a Timón, pues movía la cola ansioso, anticipando lo que estaba por suceder.
Me encontré a Ana conversando animadamente con Nicolás. Me pregunto si sabrán que terminarán juntos. Los saludé rápidamente, no quería interrumpir tan alegre intercambio, así como tampoco tenía tiempo para perder.
Toqué antes de entrar en la oficina de mi jefa, quién, detrás de sus gafas, me hizo una señal para que me siente.
Dime –fue todo lo que dijo.
Verá, señorita Lacroix, usted ha sido muy amable conmigo desde que he llegado a Nuceti, sin embargo me veo obligada a abusar una vez más de su buena voluntad –dejó el lápiz a un costado y entrecruzó los dedos, escuchándome con atención– usted sabe que no soy una gran ahorrista, y que los vestidos a los que puedo acceder no son nada baratos. A penas conseguí dos, claro que siempre cuento con la bondad de mis amigas Ana y Luciana, que me prestan algunos cuando lo necesito. Es por eso, que creo conveniente, mas bien necesario, que sea yo la primera que vea la señorita...
Eloísa
Sí, Eloísa –corroboré inocentemente– de esta forma podrá empezar conmigo cuanto antes.
La señorita Lacroix sonrió indulgentemente, antes de asegurarme que ella también lo creía conveniente, pero que, dada la situación de que yo no trabajaba con los hombres, quizás era aún más conveniente para su empresa que Ana fuera la que se confeccionara más vestidos.
De hecho –me dijo– tenía planeado que empiece con ustedes la semana próxima.
Desconozco la cara que puse en ese momento, pero fue suficiente para que la señorita Lacroix se apiade de mi.
Justo en ese momento Luciana entró en la habitación indicando que Eloísa esperaba en la puerta.
Hazla pasar, querida –dijo la señorita Lacroix– Ariana, tú quédate aquí y alimenta la chimenea para que no les haga frío. Vuelvo en un momento.
Hice lo que me ordenaron, a pesar de que las mariposas en mi estómago a penas me dejaban trabajar. Estaba de pie, detrás del escritorio cuando entraron, mi jefa y mi chica.
Qué sucedió en ese momento... no lo sé. Sólo me quedé prendada de Eloísa, observando su rubor. Los pelos de la nuca se le habían erizado, a causa de la emoción supongo.
Sonreí y la señorita Lacroix había desaparecido.
Antes de poder decir nada la tenía en frente de mí, me corrió unos centímetros para que estemos frente a frente, como Dios manda.
Cerró los ojos y me acarició la mejilla, pude observar cuánto deleite sentía por dentro. Bajó por mi brazo hasta alcanzar la mano, y me plantó un casto beso cargado de promesas.
Apenas me cabía el rostro para tanta sonrisa. Como pude, tomé su cara entre mis manos y la besé.
Por fin.
La palabra era por fin. Yo lo sabía y Eloísa también.
Una caricia dio paso a otra, pagando todas las promesas rotas y las que se iban a romper.
No sé cuánto tiempo pasamos en ese despacho, sólo sé que Ana nos cuidaba desde el otro lado, dándonos la mayor intimidad posible.
¿Acaso merecía esto?
Si.
A pesar de los corazones rotos, nosotras merecíamos esto. Porque cada persona en este mundo tiene el derecho de buscar –y encontrar– su felicidad.



Capítulo 11

domingo, 27 de octubre de 2013

Eloísa
Me levanto temprano en la mañana, ansiosa por estrecharla entre mis brazos. Salgo del hotel sigilosamente, no quiero que la dueña me pregunte si dormiré una noche más, pues no sabría qué contestarle. Mi destino se está por sellar en apenas unos minutos.
Camino por las calles de la tranquila Nuceti, me resulta increíble que algunas estén adoquinadas. Me detengo un momento para observar el espectáculo montañoso, el cielo azul que apenas es interrumpido por una frágil nube. De repente me siento feliz, el día es espléndido y aquello con lo que venía soñando desde hace tiempo por fin se hará realidad.
Retomo mi camino hacia el burdel cuando observo un hombre que me saluda con el brazo. Entrecierro mis ojos, mientras maldigo para mis adentros: Joaquín está aquí. Se acerca hacia mi con una sonrisa.
¿Has venido a buscarme? –pregunta mientras me besa el dorso de la mano.
No –contesto sinceramente. Por su rostro pasa una ráfaga de desilusión, pero se sobrepone rápido.
Entonces, ¿qué haces aquí? –increpa, un poco enojado.
Sabes a quién estoy buscando...
No está aquí –dice secamente.
En todo caso, me iré hasta el almacén, sólo me quedaré aquí hasta el anochecer –digo mientras me alejo con una inclinación– nos veremos después, si lo deseas.
Retomo nuevamente mi camino, a paso ligero para que nadie me interrumpa. El lo retoma también.  Diablos que el destino es caprichoso, tejió sus redes de forma que nos encontremos los tres, en este pueblo tan pequeño, desolado y alejado. Agito mi cabeza mientras subo las escalinatas.
Cuando estoy por abrir la puerta me paro en seco, pues observo a Ariana, una mujer muy parecida a su compañera de anoche y a Nicolás, mi primo. Ambos ríen de un chiste que hizo Ariana, mientras su amiga los observa con una sonrisa incómoda.
Miro un momento la escena, mientras por dentro me siento ultrajada. Ella prometió esperarme. Y ahora estaba allí, con su prometido.
Quería llorar, después de todo lo que pasé para que estemos juntas... después de haber esperado tanto tiempo. Apenas podía esconder la bronca y el llanto...
Parece que hubieses visto al mismísimo demonio –una señora entrada en años habló a mis espaldas– Señortia Lacroix, dueña del lugar, para servirle.
Buenos días, solo estaba...
¿Viendo si podías trabajar aquí? –me dedicó una mirada escrutadora. Analizando si sería una buena adquisición o no.
Eh... –no sabía que contestar.
Mira, si estás dispuesta a... tu sabes... la última chica, Ariana Peluffo, se niega a tratar con hombres y, aunque me genera ganancias, debido a la presencia de los militares necesitamos más mujeres dispuestas a satisfacerlos, Dios sabe que necesito convencer a Ana para que Luciana trabaje de ese modo... ahora que este negocio es una verdadera mina de oro–lo último lo dijo más para si.
Soy modista, y sé tocar el violín –de repente tuve una idea– podría ayudarla con ambas cosas. Tengo un hospedaje que mantener.
El violín, por Dios... ¿sabes, al menos, tocar una canción atrevida?
Puedo intentarlo –dije.
Dudó un momento antes de contestar:
Esta bien, entra, arreglaremos cuentas.
Apenas entramos al salón Ariana y sus amigos se percataron de nuestra presencia.
¡Prima! –dijo Nicolás– A ver si convences a tu cuñada para que se case conmigo.
Ariana sonreía abiertamente, nada podía ocultar su felicidad. Dentro de mí el monstruo se calmó al comprender que ella sí que me estaba esperando.
Ana
Nicolás... ¿cómo era su apellido? De todas formas no importa.
Es bastante guapo y tiene un aire viril que hacía mucho no se sentía en el burdel. Lo que más me gustaba de él, no era su piel curtida, ni sus ojos verdes. Sino esa sonrisa bonachona que me decía que era una buena persona.
Estaba más claro que el agua que a Ariana le importaba un comino lo que él podía sentir. De hecho se veía un tanto incómoda contando chistes acá y allá.
Nicolás estaba embelesado  claro. Ariana era especial. Sin embargo, apenas comprendí que mi amiga no buscaba en él otra cosa más que una amistad, empecé a imaginármelo con mi querida hermana Luciana. Seguro que harían una buena pareja.
Estábamos hablando de trivialidades, cuando la señorita Lacroix entró al salón seguida por una mujer.
De repente, Ariana se puso radiante. Se irguió sobre el mostrador e incluso se acomodó unos rulos disimuladamente mientras no dejaba de observar a nuestra invitada.
Era una mujer muy bella, su nariz era respingada y tenía unos grandes ojos cafés. Su cabello contorneaba su rostro haciéndolo más delicado. Tenía la boca pequeña, pero una sonrisa grande. Quizás estaba demasiado flaca, pero posiblemente se debe al viaje. Su piel estaba demasiado tostada por el sol, signo inconfundible de una larga travesía.
Estaba demasiado ocupada observando la actitud de Ariana como para prestar atención a las presentaciones, apenas escuché que se llamaba Eloísa.
Hice uso y abuso de mi vieja habilidad, observé detenidamente la actitud de ambas, y me bastó sólo unos minutos para comprender de quién estaba enamorada Ariana.
Decidí no juzgarla, así como ella no lo hizo conmigo cuando se enteró a qué me dedicaba. Tanto mejor –pensé– no tendré ningún inconveniente de emparentar a mi hermana con Nicolás, que resultó ser el primo de Eloísa.
Lo importante es que Ariana no se iba a enfadar conmigo si lo intentaba.
Ariana
Por fin.
Apenas entró dentro de mi un caldo entró en ebullición. Quise sonreír, pero no me miraba.
Discúlpennos debo hablar un momento a solas con esa señorita, luego volveremos –anunció la señorita Lacroix mientras guiaba a Eloísa a su estudio. Ella la siguió con la cabeza gacha.
Estaba ansiosa. Y se me notaba. De pronto la charla con Nicolás me pareció demasiado superflua, y hasta sentía celos de mi jefa pues ella podría hablar con mi Eloísa antes que yo.
El tiempo pasó demasiado lento para mi gusto, tardaron aproximadamente 15 minutos, pero cuando ambas salían Elosía sonreía tímidamente.
Ella será vuestra nueva compañera –se me paralizó el corazón, ¿acaso ella estaba dispuesta a...?– se encargará de confeccionarles unos nuevos vestidos, y tocará el violín los fines de semana para alegrar el lugar. Quiero que la traten bien. Mañana empezará a tomar las medidas.
Ya le indiqué, mas o menos, el tipo de vestido que usan. Pero cuando pasen a mi estudio ustedes ultimarán los detalles. ¿Entendido?
Si –contestamos Ana y yo.
Bien, en ese caso  Eloísa, tendrás que solicitar al señor Juarez la cantidad de tela que necesites. Por ahora haremos un vestido para cada una. Y te recomiendo que le menciones tus habilidades para la costura, ya que podrá recomendarte algunos clientes. No será mucho, pero va a contribuir con tu economía.
Eloísa asintió y yo me puse ansiosa por escuchar su voz.
Pero no tuve la oportunidad.
Ella salió derecho al almacén del señor Juarez.
Y yo me precipité.
Señorita Lacroix –ella me miró– necesitamos un poco de papas, para el estofado del mediodía.
Bien, dile a Luciana que vaya a comprar..
Iré yo, a Luciana a veces le dan verdura en mal estado... como saben que es para acá –dije inocentemente.
En ese caso, asegúrate que no nos tomen por tontas.
Asentí.
Sin despedirme de mis amigos me precipité hacia la entrada. Levanté mi vestido para poder correr con más facilidad.
Cuando llegué al almacén del señor Juarez la vi. Estaba hablando con él.
En el lugar había 3 clientes más, pero eso no impidió a que me acerque a ella, y con voz nerviosa le diga:
Por fin.



Capítulo 10

Ariana
El resto de la noche me la pasé ansiosa... Era ella, estaba segura.
Miraba mis manos y mi vestido mientras me pregunta por qué diablos se había quedado afuera, en la lluvia, si me había visto claramente.
De forma rutinaria limpiaba el mostrador, sonreía ante las frases que los militares me dedicaban, pero mi mente vagaba lejos. Quería salir corriendo, no importaba si con eso arruinaba uno de los escasos vestidos que poseía, sólo quería verla. Abrazarla... Después de tanto tiempo...


Esa noche apenas pude dormir presa de la ansiedad, estaba segura que Eloísa se presentaría en algún momento. Ella me vio.
A las 11 de la mañana recibimos una visita, algo inusual. Sonreí para mis adentros y agité los brazos para disipar, sólo un poco, mi necesidad de abrazarla.
Me ubiqué detrás del mostrador, llevaba mi mejor vestido, a pesar de que estaba cocinando. Incluso había recogido mi cabello en una trenza cocida suelta.
Escuché la campana de la puerta tintinear y cerré los ojos, un momento, regodeandome de que pronto la vería.
Pero en lugar de Eloísa llegó Nicolás.
El corazón se me paralizó, un poco por la sorpresa, y otro poco por la culpa. Después de todo, la última vez que lo vi fue aquella noche en Random House, donde nos escapamos con Eloísa al escondite, luego de su boda.
Nicolás me sonríe tímidamente y luego me dedica una mirada.
Con que es aquí donde te has escondido –comenta al tiempo que toma asiento en la barra.
Al mediodía no abrimos –escucho a Ana desde las escaleras.
Tranquila pequeña –casi grito, pues está un poco lejos– es un viejo amigo.
No dice nada más, pero luego de una pausa escucho unos pasos que se dirigen escaleras arriba.
¿Y bien? –pregunto.
Nicolás me dedica una mirada escrutadora, puedo ver un atisbo de confusión en su mirada, sin embargo, cuando contesta lo hace bastante convincente:
Hemos venido a ayudar con la patria –dice con orgullo– y mira que el destino es caprichoso, que en este pequeño pueblo me encuentro contigo... esta vez no tienes escapatoria Ariana García.
Peluffo –le corrijo.
Me mira desconcertado, pero luego comprende.
Peluffo –repite.


Ana
Dicen que las personas nacen con algún don, o eso es lo que escuché. De ser así, podría decir que yo nací con dos: el ser muy observadora y el de tener buena memoria.
No son dones completamente inútiles, y para hacerles justicia, me han ayudado bastante.
Primero para mantenerme siempre a buen recaudo: era fácil distinguir cuando alguien no era querido en un lugar y luego, luego debía recordarlo.
Los últimos meses en el circo fueron demasiado tensos, uno de los malabaristas intentó abusar de mi hermana menor.
Yo había notado su mirada lasciva varias veces, aunque quizás por entonces me negaba a verlo... no es que mi don, antes mencionado, haya fallado de repente, sino que, para serles sincera, estaba prendada de él y, simplemente, me negaba a ver.
El caso es que cuando no me quedó otra que quitarme el vendaje, ahí estaba, a mis pies, la verdad. El malabarista había intentado abusar de mi hermana, y esa, esa era una actitud que no perdonaba.
No recogimos mucho, porque no teníamos casi nada. Sólo robé un poco de pan y un queso mediano para que mengüe el hambre de los días a la deriva que nos esperaban.
Desperté a Luciana y me maldije para mis adentros, pues por fin habíamos encontrado una cama mullida donde pernoctar, y ahora, ahora nos alejábamos voluntariamente de aquel lugar que resultaba ser el más cómodo en el que hayamos estado, hasta el momento.
Vagamos por el país casi un año, por entonces tenía 13 años, pero ya conocía demasiado del mundo para que nada me sorprenda.
Dormíamos a la intemperie  bajo un árbol o en algún banco de la plaza. Mi vestido estaba desecho y me quedaba bastante pequeño, pero Luciana siempre mantenía la pulcritud. Claro está que su vestido también estaba mugroso, no siempre disponíamos de un arroyo para lavarlo, pero al menos no estaba tan sucia como yo.
Desde pequeña había tomado esa actitud protectora con ella, cuando nació yo tenía 3 años y en mi inconsciente ya sabía que pronto nos quedaríamos solas.
Dicen que si uno repite muchas veces una mentira, a la larga termina creyéndola, y es así como ella y yo nos convencimos que éramos huérfanas, nuestros padres murieron por la patria, le decía, y ella sonreía.
Pero mi buena memoria no me falla y no puedo olvidarme de el día en que mi padre, primero, abandonó nuestra casa, borracho y luego de dedicarle una furibunda paliza a mi madre. Unos meses más tarde ella no soportó más el hacerse cargo de dos nenas y nos dejó en la puerta del orfanato. Tal como lo había predicho, estábamos solas.
Como sea, Luciana era mi protegida, ¿quién más iba a cuidarla?
Cuando cumplí 14 mi actitud observadora me ayudó para comprender a los hombres y a ese instinto primitivo del deseo. No lo pensé demasiado, en la feria, mientras intentaba robar un poco de fruta, y luego de haberme bañado en un arroyo cercano, le dediqué una mirada insinuante a un joven, él entendió al dedillo. Lo próximo que recuerdo es a ese mismo jóven dándome unas monedas a cambio de los favores que acababa de recibir.
Al menos podíamos costearnos la comida, y hasta conseguí un colchón y una tienda de dormir.
Llevaba un año ganándome la vida de esa forma, ganaba lo suficiente para que no mueramos de inanición, aunque seguíamos durmiendo en la tienda. Fue cuando me encontré con la señorita Locroix, me contó de su burdel y prometió una cama calentita para mi hermana y para mi. Casi al instante me condujo hasta la pequeña Nuceti y desde allí hasta la entrada de su burdel.


Me acostumbré fácilmente a la buena vida, es verdad que aún tenía que satisfacer a hombres, pero podía bañarme todos los días, tenía los vestidos limpios, un plato de comida y lo más importante: mi hermana era feliz.
Unos años después mientras ella continuaba creciendo, mientras yo contemplaba orgullosa en la clase de mujer que se convertiría llegó al burdel la pequeña Ariana.
Una muchacha rara, con piel clara. Está más claro que el agua que no pasó las penurias por las que pasamos Luciana y yo, su piel no está tan curtida. Sin embargo tras sus ojos puedo ver un dejo de tristeza, algún secreto oculto.
Es una chiquilla hermosa, digo chiquilla aunque es mayor que yo. Todas las semanas, aparece un nuevo pretendiente que ella se encarga de rechazar con una sonrisa, a veces me pregunto si es que la han violado o qué diablos le habrán hecho para que no se interese por ninguno, sin embargo, es buena amiga, por eso, desde hace unas semanas me encargo de protegerla.


¿Tú quién eres?– le espeto al hombre guapo que está sentado con ella en la barra. Había bajado hasta el salón del burdel luego de ponerme un vestido decente.
Nicolás, su prometido– responde levantando la vista hacia mi.
Su mirada no baja hacia mis pechos, y algo me dice que puedo confiar en él.
Ex prometido– le corrige dulcemente Ariana. Por sus ojos pasa una ráfaga de perplejidad.
Se puede saber el por qué– increpa Nicolás en voz baja.
Amo a alguien más –responde decidida Ariana y juro para mis adentros que por la tarde la cocinaré a preguntas hasta que me cuente de su hombre misterioso.


Eloísa
La había encontrado, por fin.
Mientras viajaba por Córdoba buscaba entre los transeúntes su rostro. Cada vez que veía unos caprichosos bucles negros el corazón se me paralizaba y, mientras contenía la respiración, buscaba ferozmente algún rasgo conocido. Pero siempre una llamarada de desilusión me invadía luego de comprobar que no era ella. Hasta ahora.
Cuando la vi, conversando con un caballero me quedé paralizada, sin saber qué hacer. Vagué por dos meses imaginando este momento, en el que finalmente la encontraba y corría hacia sus brazos para no volverla a soltar.
Y ahora que estaba frente a mi, no pude hacer nada. Por la sorpresa  quizás. La contemplé un rato, y a pesar de la lluvia y el frío, dentro de mí sentí un calor reconfortante.
Cuando tuve suficiente de su sonrisa me volví hacia un hotel, aún tenía suficiente de lo que había ahorrado y podía permitirme pernoctar en un lugar decente. Dicho sea de paso, me negaba a preguntarme qué hacía ella en un lugar así.
Renté una habitación, solo por una noche. Al día siguiente visitaría a Ariana y entre las dos tomaríamos rienda de nuestras vidas.



Capítulo 9

Eloísa
El sol me daba en la cara y apena podía mantener mis ojos abiertos, sin embargo pude observar como la figura de Joaquín se iba acercando hacia mí.
El gral San Martín está armando un ejército, el Regimiento de Ganaderos a Caballo. Está buscando algunos voluntarios y he decidido presentarme.
Lo miré fijamente sin saber qué decir. A pesar de todo temía que algo le sucediera,
Se reunirán en Santa Fe –continuó– puedes acompañarme si lo deseas. Aunque supongo que serás más útil aquí.
¿Luego de Santa Fe, qué harán? –mi mente viajó al cajón de mi cómoda donde tenía guardado mis ahorros para la escapada. Quizás me convendría viajar con Joaquín. Después de todo, Santa Fe queda más al norte y posiblemente Ariana se encontrase en esa provincia.
Si no estaba allí, al menos me habría ahorrado el hospedaje y la comida por varios días.
Luego nos prepararán para el combate, no sé a dónde iremos a parar. Todo dependerá del entrenamiento.
Y ¿dónde dormirán? –pregunté mientras nos dirigíamos a la casa.
Bueno, aún no sabemos en qué condiciones nos encontraremos, es posible que se plieguen tiendas, o hasta casillas de madera. No creo que nos instalemos en nada lujoso.
Asentí comprendiendo que, a pesar de su invitación, no deseaba que lo acompañe. Posiblemente aún continuaba resentido.
Tu primo Nicolás también se en listará –comentó al pasar, mientras ingresábamos a la vivienda– quedó destrozado luego de la partida de mi hermana... sabes...
No me atreví a observarlo, de haberlo hecho hubiese adivinado que él, en el fondo también tenía el corazón roto.
Me despedí de él con un beso en la mejilla al tiempo que entraba en mi habitación. Quería llorar, pero las lágrimas se negaban a salir.
Me senté frente al espejo y observé por un largo tiempo la imagen que me devolvía, estaba triste, por un lado por romperle el corazón al hombre que, se supone, debía amar. Y por otro, porque esta idea seguramente retrasaría mis planes.
* * *
Joaquín se enlistó al ejército, mientras yo me quedé en Random House. Ayudaba a mi padre con la administración hasta que junté el dinero suficiente.
Unos meses después, luego de recibir una carta de mi marido donde decía que se preparaban para una batalla, esperé a que anochezca, tomé a Owen del establo y me marché de Random House, dedicándole una última mirada y ninguna palabra de agradecimiento.
Ariana
La vida en el Burdel era bastante entretenida, no podía quejarme. La señorita Lacroix era una jefa estupenda que siempre nos cuidaba, a mi y a sus muchachas.
Cierto es que las primeras semanas algunos hombres trataban de aprovecharse de “la nueva”, pero conforme iba aprendiendo de mi nuevo trabajo ellos también aprendieron a respetarme.
Abríamos cerca de las 9 de la noche, y los días de semana cerrábamos a las 2, los viernes y sábados hasta que se vaya el último cliente, lo cual a veces era agotador.
Conforme iba pasando el tiempo aprendí a quererlos, sobre todo a los habituales, alegraban las noches con sus historias, o la emoción por en listarse en el ejército, algo que estaba de moda.
Comparto la habitación con dos hermanas, Ana y Luciana Silva. Son jóvenes, de 15 y 17 años, indias de pura cepa. Quedaron huérfanas siendo pequeñas, se escaparon del orfanato dos días antes de que las separasen. Poco tiempo después ingresaron al circo hasta que las “rescató” la señorita Lacroix, según sus palabras.
Son adorables y bastante parecidas, me siguen a todos lados contándome historias que ellas mismas crean o intercambiando experiencias de la noche anterior. Sólo Ana sube con hombres, Luciana y yo nos quedamos en la barra entre-teniéndolos e incitando a que sigan bebiendo. De paso, nos hacemos unos buenos pesos con las propinas.
Ellas y las demás chicas no dejan de halagarme por cómo mejoró su alimentación desde que ayudo a la cocinera, lo que, a decir verdad, me llena de placer.
El tiempo pasaba demasiado de prisa, y antes de que lo pudiera notar ya estaba habituada a la tranquila Nuceti, con su tranquilo río y los escasos bosques. Además del establo no tenía ningún gasto extra, me quedaba un peso por semana para ahorrar y con el tiempo pude confeccionar dos vestidos, puesto que hasta el momento las hermanas Silva me prestaban los suyos.
¿Cómo es que no traes nada de equipaje? –preguntaron horrorizadas apenas subí a la habitación, sin nada más que aquello que traía puesto.
Me encogí de hombros.
No te preocupes, no es que nosotras tengamos demasiados vestidos, pero seguro que te entrarán, aunque eres un poco más alta... –decía Luciana mientras rebuscaba en el ropero.
Prueba con el vestido rojo, o azul que convine con sus ojos– propuso Ana.
Segundos después Luciana, con cara de triunfo, levantaba una prenda demasiado atrevida de color verde. Miré horrorizada a las puntillas y al escote, sin embargo no tenía otra opción.
Me coloqué el vestido, y para mi enorme sorpresa, la imagen que me devolvía el vestido no me desagradó en absoluto.
Quien iba a pensar que poco tiempo después me habituaría a esta vestimenta, ya que es con la que me presento en la barra. Sin embargo, los vestidos que confeccioné eran perfectamente normales y sobrios, de una señorita hecha y derecha. (Aunque estaba muy lejos de serlo).
Esa noche en particular usaba aquel vestido verde, el que me dio la bienvenida en esta nueva ciudad y en este nuevo mundo. Eran las 12 de la noche y el burdel estaba lleno, las chicas subían y bajaban con distintos caballeros.
En la barra, Luciana y yo animábamos a un grupo nuevo de militares que bebían whisky y cerveza sin parar.
Reíamos del inútil coqueteo que nos dedicaban pues sabían que no acabaríamos en la cama con ellos, cuando una figura en la ventana me llamó la atención.
Traía capucha, por lo que no se le veía el rostro, pero definitivamente era una mujer, que me miraba fijamente con una mirada de desconcierto, con la boca abierta y estupefacta.

El corazón se me paralizó, pues, aunque no podía verla claramente, estaba segura de que era Eloísa.

Capítulo 8

Ariana
Apenas pegué un ojo, aún era de noche cuando abandoné Random House.
Mi hermano, en un intento de evitar el escándalo, apenas dijo a mis padres la situación en la que nos encontró con Eloísa, ellos ni se atervieron a dirigirme la palabra. En ese momento comprendí que estaba sola.
Me dirigí al establo a buscar a Agripa, Timón me pisaba los talones, como siempre, no me atreví a buscar a Eloísa, seguramente compartiría la habitación con mi hermano, después de todo era su noche de bodas.
Ensillé al animal y cabalgué varias horas sin mirar atrás, con mi fiel compañero al lado, y sin derramar una sola lágrima.
Cerca del medidía me maldecía por no haber apartado un poco de comida. Me detuve al costado del camino e intenté arrancar un par de bayas, pero no bastaron para saciar mi hambre, mucho menos mi sed.
Mi cabeza funcionaba al 100% mientras iba anotando cada una de las cosas que, creía, tenía que hacer... en primer lugar Nicolás, seguramente estará extrañado por mi repentina desaparición, si es que mi hermano no habló con él, lo cual dudo, ya que, conociéndolo como lo conozco, intentará a toda costa que nadie se entere de mis sentimientos.
Vagué por los caminos montañosos mientras se me ocurrió una segunda tarea bastante urgente: conseguir una habitación y un plato de comida. Lo que equivalía también a que necesitaba encontrar un trabajo para mantener a ambos.
Por suerte el día no fue malo, aunque quizás, demasiado caluroso, y ya cerca de las 5 de la tarde apenas podía mantenerme a grupa del caballo a causa de la sed.
Eloísa me dijo que vaya hacia el norte y eso hice.
Cabalgué por varios días, crucé la ciudad de Córdoba completa. Mi vestido estaba sucio, y probablemente ya había perdido varios kilos, y eso que durante mi travesía me encontré con familias hospitalarias que me dejaron dormir en su establo, me convidaron un plato de comida, y hasta me ofrecieron cierto dinero por el pobre Timón que me miró lastimeramente comprendiendo lo que estaba sucediendo, claro que me negué. Sin embargo ninguna ciudad en la que había estado me atrajo realmente para establecerme.
El 7mo día me crucé con un pueblo que iba en ascenso, Nuceti. Era pequeño pero tenía posibilidades de convertirse en una ciudad. Me llamó la atención... ¿cómo explicarlo? El ambiente estaba cargado de algo, realmente no había palabras para describirlo, pero en el momento en que pisé aquel lugar supe que era donde debía quedarme.
El pueblo contaba ya con una iglesia, una sastrería, una herrería, una oficina de correos, un banco, un almacén y un lugar donde vendían ropa y artículos para la mujer, por decir los más importantes.
Sonreí al comprobar que estábamos bastante al norte del país, tal como Eloísa me había pedido.
Me detuve en lo que parecía era la plaza principal y maldije nuevamente por el estado de mi vestido, nadie me contrataría con esas fachas.
Disculpe señora –pregunté apenas me bajé del caballo– ¿sabe dónde puedo buscar una habitación?
Una mujer entrada en años, de unos ojos verdes, grandes y penetrantes, me evaluó de arriba a abajo, antes de contestar violentamente:
Eso depende, puedes ir al hotel que se encuentra cerca del río, aunque –volvió a mirarme, parecía ofendida– dudo que puedas pagarlo.
Bajé la vista azorada, yo también me avergonzaba por mi facha.
¡Querida! ¡Querida! –una mujer, también entrada en años, aunque a primera vista mucho más amable, se dirigía a mi agitando su mano– he estado buscándote por todos lados. Gracias señora O'Maley yo me encargo de la pequeña. ¡Pero mira que facha traes!
La señora O'Maley se alejó ofendida de nosotras, con la cabeza alta y sin despedirse de mi.
¡Bah! Vieja chocha –me dijo– no dejes que te moleste, su marido es militar y lo han mandado desde Europa para ayudar al Gral Belgrano con la liberación. Mira dónde ha venido a parar... aún así se cree superior a nosotros, porque ella viene de “Europa” tú sabes... ¿y cómo te llamas?
Dijo todo muy rápido y no pude evitar sonreír. Tenía alrededor de 45 años, malvividos, aún así conservaba la sonrisa de su juventud. Su pelo era de un color rojo, intenso y lacio, que resaltaban sus pecas marrones y sus ojos del mismo color. Podría decirse que en su juventud habría sido una belleza, que ahora se escondía detrás de un cuerpo flaco y bastante machacado, posiblemente por el trabajo.
Ariana Gar... Peluffo. Ariana Peluffo.
¿Y cómo es que una muchacha como tú ha terminado aquí y con la ropa tan sucia? –empezó a caminar al tiempo que me hacía una seña para que la siga.
Cabalgué por casi 7 días –dije intentando excusarme– ahora estoy-
¿De qué te escapas? –me interrumpió, era perspicaz.
Yo... –volví a bajar la cabeza– no me estoy escapando, sólo...no soy bienvenida en mi hogar.
¿Y dónde queda tu hogar?
En Buenos Aires... –me quedé muda al observar que nos detuvimos frente a un edificio que pasé por alto cuando recorrí la ciudad. Se encontraba al final de la calle principal, aunque un poco apartado de todo lo demás. Estaba pintado de un rojo intenso, y los marcos era de color amarillo. A pesar de todo no era feo y parecía bastante limpio, aunque no pude evitar sonrojarme, estaba claro que era un burdel.
Entra querida –me abrió la puerta, el interior era amplio, parecía un bar e incluso tenía un escenario– debes estar hambrienta, deja que el chucho también entre, ata tu caballo allí, nadie lo sacará. Luego te diriges al establo, allí seguramente el herrero se hará cargo de él, te dará una buena plata si buscas venderlo...
Asentí en silencio, ¿cómo negarme a su hospitalidad?. Nos dirigimos a la barra, chasqueó los dedos y una muchacha con un vestido bastante atrevido nos acercó un plato de comida y un poco de agua, para mi y para Timón.
Supongo que buscas trabajo... –comenzó a decir.
Asentí solícita, iba devorando lo que me habían servido, mientras le daba algo a Timón. Sabía horrible pero tenía tanta hambre que eso no importaba.
A mis chicas les pago 5 pesos por semana, más una comisión por los ingresos extras que hacen entrar –continuó– el lugar es bastante movido, tenemos cercas las tropas de Belgrano y se rumorea que pronto llegará San Martín de Europa, sea quien sea, traerá aún más soldados... que son nuestros mas fieles clientes.
Puse una expresión horrorizada, iba comprendiendo lo que me estaba ofreciendo. Ella pareció no notarlo pues continuó con lo que parecía ser un discurso armado.
Las chicas y tú dormirán en el segundo piso, las habitaciones a las que pasan los hombres se mantienen desocupadas por una cuestión de limpieza. Puedes hablar con ellas, todas están contentas conmigo... con tus ojos y ese cabello... haremos maravillas, te harás una buena plata en poco tiempo...
Yo... –no sabía muy bien qué decir, pero definitivamente no iba a vender mi cuerpo– agradezco su oferta y su hospitalidad  pero es necesario que la rechace, no podría... ya sabe –bajé la vista avergonzada.
Bueno –parecía un poco decepcionada– siempre puedes buscar trabajo o en la panadería o en la sastrería... aunque no te aseguro nada. Las pensiones son demasiado costosas, si no me lo crees ve tu misma a averiguarlo. Cuidaré de tu caballo y tu perro. Si no consigues nada podemos llegar a un acuerdo, acá no te faltará el plato sobre la mesa.
Asentí nuevamente, estaba extremadamente agradecida por la mujer, aunque no estaba convencida del trabajo que me ofrecía. Me quedé unos momentos en silencio sopesando mis posibilidades:
Si, realmente sería costoso una habitación en alguna pensión, teniendo en cuenta que en el mejor de los casos trabajando duro conseguiré cubrir mi hospedaje, y el establo para Agripa, pues estaba mas claro que el agua que no iba a venderla.
Levanté mi vista sólo para encontrarme con su mirada expectante  mejor sería ser sincera. Parecía buena gente, seguramente habrá vivido demasiado, me comprenderá.
Disculpe señora... –recién ahora notaba que no me dijo su nombre.
Lacroix, Cloe Lacroix, francesa de pura cepa –dijo con orgullo. Asentí nuevamente en silencio.
Verá, ¿hay otra actividad en la que pueda serle útil?. No me siento inclinada a la clase de trabajo que usted me está proponiendo.
Querida, nadie se siente inclinada a hacerlo, pero a veces no nos queda otra opicón... como a mi.
La miré directamente a los ojos, detrás de ellos había una sombra de tristeza, y tuve la certeza de que iba a comprenderme, después de todo, su vida tampoco habría sido fácil, sino no estaría donde está.
Verá –volví a decir– estoy bien predispuesta, y aprendo ligero... sería capáz de cocinar, limpiar, hasta podría entretener a los hombres en la barra, pero no podría... verá... esto... a mi... no.... en realidad... no es que me gusten demasiado los hombres... de hecho, no me gustan en absoluto.
La risa divertida de la mujer se hizo notar por todo el salón.
Haber empezado por ahí –dijo alegremente– sabía que algo andaba mal contigo...
Volví a bajar la vista, no me importaba la burla si con eso me libraría de satisfacer los deseos mas bajos de los hombres.
Bien –continuó– en ese caso podrás ayudar a Ramona con la cocina, Dios sabe que necesitamos alguien que sepa hervir un par de papas. Te diré algo, prueba con la cocina, te pagaré 4 pesos por semana, si es que eres buena. Si no te molesta compartir habitación podrás dormir aquí, como te dije antes, acá no pasarás hambre. Pero te descontaré de tu salario.
Pues... enséñeme la habitación –dije mientras le tendía la mano, ella sonrió.
Nos llevaremos bien pequeña, eres buena persona. Lo sé por tu cara.


Eloísa
Joaquín no me dirigió la palabra en las dos semanas posteriores a lo que sucedió con Ariana. Sin embargo eso no me molestaba, así como tampoco me molestaba sus visitas nocturnas a mi dormitorio para asegurar la consumación de nuestro matrimonio.
Siempre había soñado con la noche de bodas, a medida que iba creciendo iba adquiriendo mayor información sobre lo que se supone deberíamos hacer. Debo admitir que tenía demasiada curiosidad, pero las caricias de Joaquín, aunque gentiles, no me producían ni la mitad de la turbación, pasión y deseo que me despertó aquel rápido contacto con Ariana en el escondite.
A lo que hacíamos a la noche lo veía como un trámite, algo que no era ni desagradable ni agradable. Nada. Simplemente me acostaba y esperaba unos minutos hasta que él se tumbaba sobre mí agotado y jadeando.


Los días pasaban demasiado rápido y estaba verdaderamente preocupada por ella. No tenía noticias, aunque era demasiado obvio que no me escribiría, la conocía lo suficiente como para saber que tendría el juicio de no ponernos en peligro.
No.
Ella me esperará.
Y yo la buscaría, aunque no sabía muy bien donde...


Al pasar los meses la vida en Random House volvió a la normalidad. Joaquín no informó a mis padres acerca de lo acontecido el día de nuestra boda, por lo que su trato para conmigo era tan fluido como siempre.
Todos parecían felices, con sus quehaceres y sus rutinas. De hecho la única desdichada era yo.
El día se me iba escribiendo cartas imaginarias a Ariana donde le contaba cuanto la necesitaba, o lo mucho que extrañaba su risa.
Muchas veces me escapaba a nuestro escondite, cerraba los ojos e imaginaba que estábamos de nuevo allí, terminando aquello que habíamos empezado.
Joaquín sabía de mis cabalgatas a lugares desconocidos, pero no me hacía ningún planteo. De verdad deseaba poder quererlo, pero no me salía. Había algo en mí que me impedía poder amar a mi marido. Incluso esa palabra: marido me resultaba violenta. Traicionaba al amor que sentía por Ariana.
* * *
Los meses seguían pasando, 3, decía mi calendario, desde el día que mi amor se fue.
Volvía del escondite, y observé como Joaquín hablaba con un hombre en caballo, éste le tendía un papel y él lo aceptaba con un guiño en la cabeza.
Entré rápido al establo, até a Owen mientras me preguntaba quién sería aquel hombre. Temía que sean noticias de Ariana.
Decidida me dirigí a su encuentro, si eran noticias de ella mejor enfrentarlo cuando antes. Al salir visualicé cada una de las salidas del establo, el forraje para el caballo y las ataduras del mismo. Algo que venía haciendo desde hace poco tiempo y que formaba parte de mi plan de escape. Había prometido algo y el momento de cumplirlo por fin se iba acercando.
Esta semana, dije en mi fuero interno.
Ariana pronto tendría noticias mías.



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