Ana
Nicolás
venía todos los días al burdel, aunque claro está, a visitar a
Ariana. A veces me quedo mirándolo y preguntándome cómo es que no
se da cuenta, otras me gustaría decirle que ella no lo ve, ni lo
verá de ningún modo, como a un hombre.
Siento
pena por aquel hombre que desgasta suspiros en mi amiga, sobre todo
después de aquella charla...
Ariana
volvía radiante del almacén, algo bastante extraño, pues una no va
al almacén para ponerse feliz... Estaba segura del móvil de su
felicidad, pero quería escucharlo de su propia boca, por eso cuando
entró al burdel, toda colorada, la metí –hablando figuradamente–
en un callejón sin salida:
–Vaya,
ni tomando un poco de agua te harás mas transparente –a medida que
hablaba le cortaba el paso, no quería que se escape por la tangente.
En su cara se ve reflejada la perplejidad, no sabe qué responderme.
Decido apiadarme de mi amiga, por eso, luego de su silencio agrego:
–¿Qué
tal está Eloísa? ¿Así se llama?
Ariana
asiente en silencio.
–Ahora
entiendo por qué Nicolás es tu ex
prometido –continúo como quien no quiere la cosa.
Mi
amiga sigue callada, no se atreve a decir nada.
–Mira
–continúo en tono práctico– la verdad es que sé de qué está
hecho el guiso. Hasta hace un momento quería que me lo contarás,
sólo para asegurarte de que no te voy a juzgar. Vaya que eres rara,
y no hay forma de que lo comprenda, pero ¿quién soy yo para
juzgarte? De todas formas nos iremos todas al infierno. No debes
preocuparte por mi.
–Gracias
–responde Ariana con un dejo de voz.
–¿La
amas? –pregunto. ¿Una
mujer puede amar a otra?
Asiente.
–¿Qué
harás con Nicolás? –pregunto, primero porque el hombre de verdad
parece ilusionado con ella. Y segundo, porque lo veo un buen partido
para mi hermana. Además quiero que Ariana, de alguna manera, me diga
que no es una idea descabellada.
–No
lo sé, no quiero romperle el corazón. Ya han habido demasiados
corazones rotos por esto que nos pasa, no podré aguantar uno más.
–Pues...
–digo con fingida inocencia– si tu quieres puedo convencer a mi
hermana para que le preste especial atención, a ver si hasta se
enamoran.
La
sonrisa vuelve al rostro de Ariana apenas escucha mi sugerencia y no
puedo evitar imitarla.
–Es
un hecho –dice.
Eloísa
–Por
fin –una voz familiar habló a mis espaldas. Cerré los ojos debido
al placer que sentí cuando escuché su voz.
Por
fin,
repetí para mis adentros.
Las
manos me empezaron a sudar de los nervios, casi tiro al piso todo lo
que me daba el almacenero, pero no importaba, solo quería verla a
ella.
Apenas
pagué giré sobre mis talones para encontrarme con su sonrisa
radiante.
Tuve
que recordarme que estábamos en la calle y a plena luz del día,
aunque no fue nada fácil. Mis poros me pedían a gritos sentir el
roce de su piel. Verla y no poder abrazarla representaba para mí una
agonía.
En
mi mente vagaron aquellos recuerdos donde lo nuestro no era ni
siquiera concebible, aquellos momentos donde entre nosotras había
una abismo, donde ninguna de las dos nos animábamos a decirnos lo
que sentíamos por miedo, por vergüenza, y por un sinfín de razones
más.
La
palabra era por fin. Por fin la tenía en frente de mí, por fin la
abrazaría... Quizás no ahora, en este preciso instante, pero algún
momento, no muy lejano, lo haría. Aunque en este momento sí que
poníamos fin a nuestros abrazos imaginarios, a nuestros besos
soñados. Por fin la tenía en frente de mí, no era un espejismo.
Era ella, mi Ariana de carne y hueso. Y se alegraba de verme, y yo no
podía hacer otra cosa más que sonreír y sumergirme en la dicha que
sentía.
–Hola
–sólo eso salió de mi boca, mientras por dentro deseaba que todo
lo que comunicaba con mis ojos sea entregado correctamente a su única
destinataria.
–Eloísa
¿verdad? –respondió Ariana fingiendo no conocerme. La entendí
perfectamente.
–Si
–le tendí la mano y sentí un choque eléctrico, pero además, me
sentí en casa. –¿Tú eres una de las chicas de la Señorita
Lacroix?
–Si,
¿Tú harás nuestros nuevos vestidos verdad? –contestó sin
soltarme la mano.
–Exacto,
de hecho acabo de comprar la tela –le muestro lo que acabo de
adquirir haciéndole un guiño con el ojo –quisiera empezar cuánto
antes.
–¿Me
harás las medidas esta tarde? La verdad es que casi no tengo ningún
vestido, y lo necesito con urgencia.
–Claro,
esta misma tarde pasaré por el...
–El
bar –termina la frase mientras en su rostro se dibuja una inmensa
sonrisa. Sus mejillas se tiñen lentamente de un color rosado
exquisito, causa de la emoción.
*
* *
Vuelvo
corriendo al hotel, el corazón me palpitaba violentamente a causa de
la emoción y hasta temía que en algún momento salga, literalmente,
disparado.
Arreglé
las telas y recé para que Ariana tenga algún conocimiento de
costura. Estaba muy lejos de saber utilizar moldes, o hacerlos.
Sin
embargo, bosquejé algo a las apuradas, más pensando en el
inevitable encuentro íntimo que tanto estaba esperando.
Recibí
a Joaquín que venía a despedirse pues su batallón marchaba hacia
el ejército. Su visita me dejó una sensación agridulce, ambos
sabíamos que me había perdonado, y ambos sabíamos que no nos
volveríamos a ver.
Le
deseé la mejor de las suertes, y nos despedimos con un abrazo mucho
más amistoso que el anterior.
Cerca
de las 5 de la tarde, luego de tomar el mate, salí a las apuradas
hacia el burdel. Cuando estaba a una cuadra tuve que volver pues me
estaba olvidando los bosquejos, y con ellos la excusa para aparecerme
por allí.
El
tiempo era horrible, el viento levantaba la tierra de las calles y la
intensa lluvia dejaba charcos de barro por doquier, pero no fue
suficiente para mi deseo de ver a Ariana.
Por
fin me detuve frente al burdel y recordé cuando hace apenas una
noche la vi a través de la ventana. Llovía también, aunque no con
tanta intensidad. La amaba también, aunque no con tanta intensidad.
Con
los nudillos, congelados por el frío, toqué la puerta y pude
escuchar como varias sillas se corrían, unos segundos después una
niña, india de pura cepa, abrió la puerta y me invitó a pasar.
–¡Ah!
–dijo la señorita Lacroix mientras se acercaba a mí–
recomendaré tu predisposición, aunque no puedo asegurarte que eso
te ayude, nadie escucha a una madama. De todas formas estoy
sorprendida, cuánta rapidez.
Sólo
agaché la cabeza, en agradecimiento. Me tomó del brazo mientras
continuaba hablando:
–Empezarás
con Ariana, que es la que más necesita de tu ayuda, la pobre apenas
tiene 2 vestidos, y ninguno puede utilizar para trabajar. Las dejaré
solas para que le tomes las medidas, he dispuesto para tí mi
oficina, espero que sea de tu agrado.
–Claro,
gracias. –dije con la voz tomada, mientras entraba a una habitación
cálida, a causa de la chimenea. Quise hacer un recorrido por la
habitación, pero mis ojos se detuvieron en la mirada nerviosa que
Ariana me dedicaba desde el otro lado del escritorio.
Ariana
La
tarde pasaba lentamente mientras me preparaba para verla. Apenas
contenía la ansiedad, cuando se hicieron las cuatro y media bajé
las escaleras a las apuradas para ultimar detalles con la señorita
Lacroix, mi idea era que apenas entre Eloísa por la puerta nos
escapemos las dos hacia el despacho, y por fin nos saludemos como es
debido.
–Tú
quédate aquí –le ordené a Timón, pues movía la cola ansioso,
anticipando lo que estaba por suceder.
Me
encontré a Ana conversando animadamente con Nicolás. Me pregunto si
sabrán que terminarán juntos. Los saludé rápidamente, no quería
interrumpir tan alegre intercambio, así como tampoco tenía tiempo para perder.
Toqué
antes de entrar en la oficina de mi jefa, quién, detrás de sus
gafas, me hizo una señal para que me siente.
–Dime
–fue todo lo que dijo.
–Verá,
señorita Lacroix, usted ha sido muy amable conmigo desde que he
llegado a Nuceti, sin embargo me veo obligada a abusar una vez más
de su buena voluntad –dejó el lápiz a un costado y entrecruzó
los dedos, escuchándome con atención– usted sabe que no soy una
gran ahorrista, y que los vestidos a los que puedo acceder no son
nada baratos. A penas conseguí dos, claro que siempre cuento con la
bondad de mis amigas Ana y Luciana, que me prestan algunos cuando lo
necesito. Es por eso, que creo conveniente, mas bien necesario, que
sea yo la primera que vea la señorita...
–Eloísa
–Sí,
Eloísa –corroboré inocentemente– de esta forma podrá empezar
conmigo cuanto antes.
La
señorita Lacroix sonrió indulgentemente, antes de asegurarme que
ella también lo creía conveniente, pero que, dada la situación de
que yo no trabajaba con los hombres, quizás era aún más
conveniente para su empresa que Ana fuera la que se confeccionara más
vestidos.
–De
hecho –me dijo– tenía planeado que empiece con ustedes la semana
próxima.
Desconozco
la cara que puse en ese momento, pero fue suficiente para que la
señorita Lacroix se apiade de mi.
Justo
en ese momento Luciana entró en la habitación indicando que Eloísa
esperaba en la puerta.
–Hazla
pasar, querida –dijo la señorita Lacroix– Ariana, tú quédate
aquí y alimenta la chimenea para que no les haga frío. Vuelvo en un
momento.
Hice
lo que me ordenaron, a pesar de que las mariposas en mi estómago a
penas me dejaban trabajar. Estaba de pie, detrás del escritorio
cuando entraron, mi jefa y mi chica.
Qué
sucedió en ese momento... no lo sé. Sólo me quedé prendada de
Eloísa, observando su rubor. Los pelos de la nuca se le habían
erizado, a causa de la emoción supongo.
Sonreí
y la señorita Lacroix había desaparecido.
Antes
de poder decir nada la tenía en frente de mí, me corrió unos
centímetros para que estemos frente a frente, como Dios manda.
Cerró
los ojos y me acarició la mejilla, pude observar cuánto deleite
sentía por dentro. Bajó por mi brazo hasta alcanzar la mano, y me
plantó un casto beso cargado de promesas.
Apenas
me cabía el rostro para tanta sonrisa. Como pude, tomé su cara
entre mis manos y la besé.
Por
fin.
La
palabra era por fin. Yo lo sabía y Eloísa también.
Una
caricia dio paso a otra, pagando todas las promesas rotas y las que
se iban a romper.
No
sé cuánto tiempo pasamos en ese despacho, sólo sé que Ana nos
cuidaba desde el otro lado, dándonos la mayor intimidad posible.
¿Acaso
merecía esto?
Si.
A
pesar de los corazones rotos, nosotras merecíamos esto. Porque cada
persona en este mundo tiene el derecho de buscar –y encontrar– su
felicidad.